Princesa del silencio

La ví­ctima mata al asesino,
consecuencia…
La ví­ctima es asesino
y el asesino es ví­ctima.
Cambio de papeles…
La función no puede proseguir.
Cae el telón en el primer acto.
Se apagan los focos
y aplaudimos…
pero no sabemos el por qué.

La dulce doncella
besa el aire
que mueve el abanico
esperando convertirse en princesa.
La mano que mueve el abanico
tiene huesos de cristal.
No estreches su mano,
si lo haces…
Moriremos todos ahogados, sin aire.

Los tambores y flautas
anuncian el comienzo
de la ceremonia.
Un hombre vestido en sombras
bebe sangre de un vaso leñoso
mientras repite oraciones ancestrales.

La dulce doncella
lleva un ramo de espinas,
lo sujeta firmemente…
Su sangre marca
el camino recorrido.
Sangre que bañara el pasado,
sangre que marcara su destino.

Vestida con almas, su velo,
y el corazón, su pelo,
peinado tantas veces
que ya no sabe lo que se merece.
Ojos atentos esperan su salto al vací­o,
y mientras ella
vestida en harapos,
simples harapos de plata y oro.

Su garganta esconde
el legado de Caí­n,
derrota y silencio.
Y el silencio en la garganta
de la derrota.

La dulce doncella
decide seguir su juego,
olvidar los recuerdos.
No desea negarle a un sí­mbolo,
a una cruz que ella no ha creado,
que nunca ha tocado.

La dulce doncella
empaña sus ojos
en mentiras y afirma
en la pregunta…

Por fin es princesa,
soberana y princesa del silencio.
Por fin es dueña
de la famosa capilla
de las voces calladas.

La mentira vence a la verdad,
la verdad miente a la mentira.
Consecuencia…
La verdad es mentira
y la mentira es verdad.
Cambio de papeles…
La función no puede proseguir.
La princesa ha muerto…

Cae el telón en el ultimo acto.
Se apagan los focos y aplaudimos…

Javier Sánchez Lobato

26-06-99

julio 4th, 2010 by JSanchez | No Comments »

Vías de tren

Entre árboles y vías de tren, relato ahora lo que son memorias de un ciego. No sé muy bien cómo empezar, tampoco el porqué recito para confesarme.

Gracias por ser ahora tú, las manos que mecen mis palabras sobre el papel, los ojos que vierten la tinta sobre el libro de mis sueños. Entiendo ya tarde la virtud de las yemas de tus dedos, el vicio de mis apagados ojos, la cercanía de tu lejano cuerpo.

No atiendas a lágrimas que sin ver las siento caer, sin pena intento decir lo que digo, sin miedo decir cuánto la quise, y cuanto la quiero.

Una vez busqué una mujer,

que encontró un hombre,

y la invitó a hacer locuras.

Una vez encontré una mujer,

que buscó un hombre,

y lo invitó a hacer locuras.

Amor de locos.

Ya conoces mi costumbre de andarme por las ramas, con los brazos cruzar conversaciones, con ironía ahora recordar mis palos de ciego.

Aunque ya sea muy tarde, no habrá ya luz capaz de despertarme mañana.

Hubo un tiempo que fui feliz, más triste parece ahora reconocerlo, de estrellas donde en cielo nunca hubieron, de lunas y de paseos, de fiestas de disfraces, de besos, de promesas y de recuerdos.

Tanto hay que contar sobre antaño, que me arrepiento de arrugas y de cansancio. No pude ser de nuevo feliz, sin tenerla cerca, a mi lado. Castigo propio del ser cobarde en el momento inapropiado.

Trazas mi tristeza en tinta que nunca secará, manchará mis manos cuando acaricie el papel, sabiendo que se fue, que no estás, que te has ido, que una vez fuiste mía, y que ya no escribes para mí.

Permíteme proseguir con mi historia, disculpa a este anciano preso de ansia y misericordia. Tiempo pasado fue mejor, solos ella y yo, y para ella solo yo, para mí solo ella.

Cierto día tuve un sueño, de voces que me hablaban y me advertían, de miedo, unión eterna y compromiso.

“Ve y libera a mil presos, todos ellos asesinos de amor y corazón” – La voz me dijo.

Así que en sueños fui y así lo hice…

Y mil muertes tuve.

Con miedo a arriesgar, a comprometer, sentí la necesidad de huir, de no hacerle sufrir, de pensar, de volar, de soledad.

“Volveré” – Le dije.  “Llegaré sólo hasta donde vean mis ojos”.

Y así me marché, tan cobarde y temeroso.

Sé que no hay perdones para traidores, perdón no busqué más allá de explicaciones. Cuando dudas enfrían compromisos, mejor poner pies en polvorosa, si el respeto prioriza las decisiones.

Pasaron los años y mi vida se volvió silencio…

Cierta noche volví a encontrar aquella luz que cegó mis pasos, y volví a soñar:

“Ve y observa aquellas mil promesas de amor que hiciste, aquellos mil planes de futuro que olvidaste, aquellos mil besos que no diste”.

Así que en sueños fui, y aproveché la oportunidad que tanto esperaba…

Y mil años de ceguera tuve.

Prometí detenerme y así lo he cumplido, preso de la oscuridad de mis ojos, esclavo de las cadenas de mi anciano cuerpo, cautivo del grillete de mi corazón.

Si por ser ciego perdí todo lo que siempre he querido, no quiero perder ni por sordo ni por mudo,  mi última oportunidad de estar contigo.

julio 4th, 2010 by JSanchez | No Comments »

El hilo rojo

Que pase de largo el tiempo,
dejadlo estar, tranquilo.
No lo entretengais, molesteis.
Nada que lo haga detenerse,
pararse a observar,
preguntarse que ocurre,
en ese preciso momento,
mirar alrededor curioso,
triste y furioso,
por no sentirse advertido,
ni vencedores ni vencidos.

No tengo nada que ofrecerle.

Desperté nervioso de un mal sueño,
tendido estaba sobre el asfalto,
entre aceras de grisaceo recorrido
con semáforos apagados sin colores.
Sin pasos que dar ni peatones.

Sin distinguir entre realidades,
en pie me puse observandome,
vestido con atavíos propios de calabozo,
dignos de regalo por no merecer,
por no tener derecho ni tan solo a tener.
Y no por gusto propio a elegir,
sino por no ser yo autor de tal zaranda,
mas vale vestido callar,
que desnudo desobedecer.

Me espolsé el pecho por pura cortesía,
y al abrir el puño al suelo cayó,
la única pizca de color que poseia.
Un trozo de hilo rojo,
que nada me decía,
pero me sorprendía su destacada grandeza.
Y no por tristeza lo recogí,
sino por ganas de tener vida cerca,
tan solo como estaba,
en esa calle de tristeza.

Los edificios cerrados,
sin idas y venidas de voces,
de gritos o de carreras,
de platos y cubiertos.
Sin el silencio de la noche
que enmudece al día.
Las calles sin ruidos de coches ni tranvías,
aún parados cerca de la acera.
Ni por quitarles color presencia precisa.
A cada rato mas claro que en este sueño
esta vez, yo no decidía.

No con mucha pretensión decidí caminar,
a ratos en círculo, quizás,
triste y furioso,
terminar cuanto antes
con la duda de la realidad o el sueño no elegido.

Así que caminé sin destino,
por esa calle triste que nada me decía.
Observando ventanas y puertas cerradas
al ritmo del balanceo de mi cabeza.
Mientras tanto, con pensamiento parasimpatico,
apretaba con fuerza el puño,
para que no se fuera,
para que no se pudiera escapar.

Las horas pasando y el tiempo siguiendo su camino,
hasta que por fin vi cerca de mi,
la única puerta abierta
que invitarme parecía.
Con ganas de volver a soñar y olvidar lo ocurrido,
decidí entrar y comenzar el final de mi recorrido.
Escaleras con pasamanos de madera
y baldosas de gris claro.

Subí y subí hasta detenerme,
cuando tomarme un descanso
aún sin estar cansado merecía.
Paré justo para darme cuenta
de que ya no lo tenía.

Sorprendido me pregunté cuando lo había perdido,
donde lo había dejado,
la única muestra de color que merecía.
No regresé a buscarlo, sin perdonarme el estar distraido,
triste y furioso,
el único punto de atención que tenía.

Seguí subiendo sin mirar atrás,
volviendo mi cabeza de nuevo a los pies.
Sensación propia de comenzar a sentirme atrapado,
preso de un viaje que no compartía.

Al fin pude ver una luz que iluminó mi rostro,
brillante y fina con ganas de cegar,
el ascenso parecía llegar a su fin.

Una vez conseguí llegar
a mi particular cima de esperanza,
me encontré con un amplio salón,
con flores y globos de colores,
con música de fiesta y olor a velas.

Me sentí extraño,
sin regalo apropiado en tal fiesta de cumpleaños,
sólo la vergüenza me dejó avanzar dos pasos.

Al fondo del salón, acurrucuda y llorosa estaba ella,
una muñeca, una princesa, una niña.
Con su larga cabellera morena y los ojos y el corazón
empapados en tristeza.

No entendí de mi soledad en ese momento,
ni de la melancolia que la invadía,
aún si en mi sueño pudiera ver en su interior,
aún si dueño de él pudiera serlo.

Impotencia de no poder ser protagonista del suyo,
aún por un momento saber que le ocurre,
cómo se siente,
cómo sanarle esa herida que le duele.

Con respeto me fuí acercando poco a poco hacia ella,
sin intención de asustar a una niña tan pequeña.

Conseguí acercarme lo suficiente,
como para alertar su presencia,
cercano ya a una solución a mis dudas.

Alzó la cabeza, me miró,
y acto seguido echó a correr,
presa de rabia y enfado,
triste y furiosa.

No tuve tiempo a reaccionar,
intenté alcanzarla, pero no pude detenerla.

Sólo un hilo de su vestido
colgaba de la palma de mi mano.
Mis respuestas estaban en ella,
mis ilusiones estaban en ella,
mi vida estaba en ella.

Desapareció escaleras abajo,
y entre pensar y pensar,
ya había perdido bastante tiempo.

Corrí hacia la ventana,
esperando una señal,
donde encontrarla.

Me sorprendío ver una calle tan viva,
de colores de fiesta,
de vendedores de sueños ambulantes,
de paseos de manos enlazadas.

Perdida ya casi entre la gente la encontré,
con prisas de gato y escoba.

Sólo una oportunidad tenía de detenerla,
de encontrar el final de mi camino.
Así que sin pensar salté,
sujetando con fuerza el hilo rojo que tenía.

Y en la caida, despidiendome de mi grité:

¡Es mi hija!

Parad ahora el tiempo,
estirad de la manga de su gabardina,
que se vuelva triste y furioso,
Quieto y falcado en el asfalto.
Descifrando la incomprensión de una niña.
Para que la oportunidad de estar con ella
se repita siempre.

Hasta que no queden ventanas
desde las que saltar.

Javier Sánchez Lobato

30-11-2009

julio 4th, 2010 by JSanchez | No Comments »