Polos Opuestos
Arranque todas las hojas
de aquella vieja libreta,
rabioso por encontrar
las palabras adecuadas
para acompañar mi muerte.
La soledad cada noche
era mala consejera,
y la oscuridad la visión borrosa
de los entornados párpados
de mi corazón.
Nunca hable de amor
pues creí que nunca
había dejado de amar.
Vagabundo entre luces y sombras,
fui pupilo del desamor,
amigo del recuerdo perecedero,
enemigo del compromiso.
Invitado de honor
en el gran baile de las mascaras,
acudí siempre desnudo de tristeza.
Como aquella musa
que posa para un pintor,
que calca y que imagina,
pero que nunca ve en su interior.
Una vez encontré a alguien
que creía como yo
en la noche,
y yo empecé a creer en ella.
Era mi contradicción,
tantas ganas de dar amor,
tantos anzuelos lanzados,
y tantas palabras malgastadas.
Ya me había regalado todo
sin conocerla
que cuando la conocí,
no encontré regalo apropiado para ella.
Fue victima de aquel
que se negó a ver los rayos del sol,
a escuchar la lluvia de verano,
de sentir el olor de una flor
que creció en un jardín,
que el mismo había cultivado.
Era mi ambición por encontrar a alguien
que pudiera cargar
con mi pequeño corazón.
Y la desee…
pero no desee su cuerpo,
ni su alma,
solo esas dos palabras,
que me enseñaron la forma
de poder amar su hermoso cuerpo
y su joven alma.
Y así volví a abrir el cajón,
donde guardaba esa vieja libreta,
y en la tapa de cartón escribí:
«Mil Promesas»
Cerré la tapa, cerré el cajón,
y se abrieron los ojos de mi corazón…
Javier Sánchez Lobato
4-5-05