La buena verdad
Se marchó corriendo al mediodía,
con prisa de días cortos
y de largas ganas.
Cruzando la puerta que despide consejos,
que recoge azotes y riñas.
Salió a jugar.
No se mide nada, cuando para nada
hay medida.
Me tira la lengua para hablar de injusticias,
pero sin papel en esta obra,
mejor que liberar odio es cerrar la boca.
Entre polvo y risas encontró el disfraz
apropiado para ese día,
y durante un día más,
dueño de su propia sonrisa.
Inquietante es el placebo
que nos regala la infancia,
tanto correr y correr sin mirar atrás,
que pronto cayó en la trampa
de ser mayor.
No fui yo quien pidió
la primera explicación al cielo
ni el último seré en hacerlo.
La vida es creer que cada uno de los demás
ya encontró su camino,
y que tú no encuentres el tuyo.
Y la muerte es darle la razón de esto
a los vivos.
Así creció,
sin tiempo para tutorías de lecciones,
dar la cara, cambiar valor por valor,
volver de mirar de reojo aquel rincón,
donde se guardaba el explotar a llorar,
y donde se acumula tanto polvo,
que solo falta el viejo disfraz
para cerrar los ojos otra vez,
y salir corriendo a jugar.
Ahora con tinta negra se escribe
lo que nos cuenta,
y apretando la memoria con fuerza
todo aquello que recuerda,
para que no lo pierda,
para que no se lo puedan llevar.
Algún día intentaré encontrar la razón
por la que me detuve de golpe y resbalé.
Quizás el día que con el mismo orgullo
cuenta él la suya
y yo haya aprendido a escuchar,
y a callar.
Alguna vez creo que ha vuelto a ver
cruzando la calle a un niño corriendo
y riendo sin parar,
con ropas de huerta y dueño
de la pequeña gran ciudad.
Alguna vez veré yo la buena verdad,
que nos enseña que aquello
que corriendo se marcha,
corriendo no se puede alcanzar,
basta primero con aprender a caminar.
Javier Sánchez Lobato
26-04-2008